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¡VAMOS!

  • Laura Viviana López Cristancho
  • 12 oct 2017
  • 3 Min. de lectura

La oferta artística y de entretenimiento en Bogotá es amplia en danza, teatro, música, museos, cine, etc. Festivales y eventos de todo de tipo se realizan durante el año de forma pública o privada, gratuita o con costo. Aún así, son muchos los niños y jóvenes que los fines de semana se quedan en su casa viendo televisión, durmiendo, o cuyos padres optan por “mejores opciones” como restaurantes fuera de la ciudad.


Sin desmeritar los planes gastronómicos, que son absolutamente deliciosos, los niños y jóvenes necesitan más estímulos y conocimientos sobre su mundo, su entorno y su historia. No basta con entregarles un celular, un computador o una tablet con aplicaciones entretenidas y vistosas; la ciudad es un mundo por descubrir para quien pasa todos los días en una silla mirando una pantalla.


María Alejandra, una niña de 12 años, fanática de Pautips, le gusta pintarse las uñas y a pesar de las burlas de sus compañeras, todavía juega con Barbies. Disfruta del tiempo que pasa en su casa viendo videos en Instagram y Youtube, o haciendo pereza con sus papás los fines de semana, asiste de vez en cuando a un curso de patinaje los domingos, pero también, cuando se aburre, recurre a visitar a su abuela para no quedarse en su casa y salir de la rutina.


Un fin de semana su abuela visitará el barrio La Perseverancia para asistir a un Festival de Chicha con su tía… -¿Quieres ir?-, le preguntan a María Alejandra, su respuesta es absolutamente positiva, pero antes de aceptar, pregunta qué es la chicha. Esa noche duerme donde su abuela, al otro día la lluvia y el frío del 12 de marzo no le quitan el ánimo de salir de casa, un poco más tarde de lo previsto. Se viste como si fuera a escalar la Sierra Nevada y sale con su abuela, su tía y el novio de su tía.


Al llegar al barrio, se encuentran con un panorama desolador. Los habitantes del barrio llevan esperando el Festival aproximadamente 5 meses (teniendo en cuenta que debía realizarse en octubre, pero el cambio de administración hizo que se aplazara), la lluvia guardó a las personas en sus casas el día en el que más visitantes esperaban. Aún así, María Alejandra tuvo suerte, pues dos días antes la policía había anunciado que no iba a permitir el ingreso de menores de edad al Festival, pero lograron llegar a un acuerdo, pues el evento se basa en el rescate de una tradición que no se puede prolongar en el tiempo sin la participación de los jóvenes.


De bajada por la calle 32, se dirigen a conocer a un amigo, para hacer un repaso histórico: en el busto de Jorge Eliécer Gaitán, la niña intenta recordar por qué es reconocido, cuándo fue asesinado… -¡Ah sí! El Bogotazo-, exclama, sin exactitud del año, logra comprender un poco más porque fue un hombre importante y cuál es su relación con ese barrio.


En medio de las carpas y la lluvia, se abre un mundo de posibilidades en medio de chicha, guarapo, masato, huesos de marrano, cuchuco de maíz, fritanga y gallina. En cada puesto hay algo por probar y aprender: -¿Y cómo se hace la chicha?, ¿Champus?... Ah ¿o sea como jugo de maíz?- inquietan a la niña asombrada por la cantidad de cosas nuevas que está viendo, y anhelar: -¡¡Abuelita hay papas chorreadas!!-. De visita por cada puesto, saludando y probando un poquito en cada lugar para intentar contribuir a la escasez de clientes. Se llega a la zona donde no hay carpas pero sí vendedores. Doña Tere no salió a la calle principal, está más cómoda en su casa, y la comodidad es primordial a los 75 años…-Le quiero llevar chicha a mi abuelito ¿me prestas?-, le dice María Alejandra a su abuela, queriendo tener un detalle con su abuelo.


Cada persona y cada lugar es un aprendizaje más, ver a las personas bailando carranga, brindando con chicha y aplaudiendo a las candidatas a reina (elegida por todo menos por su “belleza”, como debe ser), despierta en María Alejandra cada vez más preguntas y sorpresas.


Un festival como el de la Chicha, no es un evento reconocido o publicitado, quizás ni jóvenes, ni grandes lo conocen, pero ver y aprender cosas diferentes tiene un significado invaluable para niños, jóvenes y, por supuesto, adultos. La conciencia de nuestra propia historia se adquiere saliendo de casa y de la zona de confort.


Lo que hagamos con nuestra niñez tendrá efectos increíbles en la juventud y la adultez. Salir de casa y explorar el mensaje que nuestros ancestros han dejado sembrado en cada rincón de la ciudad, es una tarea que debemos emprender de grandes para contagiar a los pequeños… Al final del día, probablemente recibamos agradecimientos y un mensaje contundente: -Abuelita, cuando haya cosas así históricas lléveme, que me gustó mucho lo que hicimos hoy-. Y así como María Alejandra, en el futuro, veremos los resultados.

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