Segunda entrega: Chicha: Persecución, bebida y poder
- Santiago Rojas Lemus y Ana Paola Tunjano Rojas
- 27 oct 2017
- 7 Min. de lectura

LA EXPERIENCIA VIVA DE LA CHICHA
En la ciudad de Bogotá D.C, en el barrio La Perseverancia ubicado en la zona central, más específicamente en la localidad de Santa Fe. Es un barrio conocido por su tradición obrera ligada sobre todo al proletariado que trabajó durante mucho tiempo en la fábrica de Bavaria, ubicada a pocos metros del mismo. La Perseverancia se ubica sobre la falda de los cerros, lo que le da su característico emplazamiento inclinado. Muchas veces opacado por los imaginarios de inseguridad, sus vecinos más famosos, son también considerados más importantes y de mejor gusto, La Macarena y el Centro Internacional. No es azar encontrar allí, en La “Perse” el Festival de la Chicha, el Maíz, la Vida y la Dicha, pues casi como una reminiscencia de nuestro pasado colonial, la chicha se gesta en los lugares populares, estos donde la tradición vive, moribunda, pero viva al fin y al cabo.
Fue un martes 14 de febrero, cuando conocí a Don Luis Ruiz, o como le gusta hacerse llamar, simplemente Luis. Su aspecto fue lo primero que me impresionó, era un hombre pequeño, robusto, ya entrado en años pero más de los que aparenta, llevaba un buzo de manga larga, blue-jeans, tenis y una cachucha. Nos saludó muy amigablemente a mi novia y a mí, ella ya había hecho contacto con don Luis y gracias a ella lo pude conocer. A todas estas ¿Quién es don Luis? Este hombrecillo no es nada menos que uno de los gestores del Festival de la Chicha en La Perseverancia, él junto a sus hermanos y otras personas de la comunidad, quienes se hacían llamar los Vikingos, fueron los causantes de tan ambicioso proyecto hace más de 28 años, fueron ellos los primeros en organizar a ese conglomerado, que en su mayoría eran mujeres chicheras, para sacar adelante un festival que celebrará nuestras raíces y esa herencia indígena, la fabricación de la chicha.
Conversando con don Luis, este fue recapitulando cada festival y las actividades que originalmente se realizaban, unas vigentes todavía otras atadas al pasado. ¿Por qué desaparecieron estas actividades? Las respuesta que obtuve ante esta duda, fue la siguiente: “La administración local al hacerse cargo del Festival, pone una pauta, ciertas actividades se quedan otras se quitan. Es responsabilidad de la alcaldía local de Santa Fe, que lleva a cargo del proceso”. La administración distrital lleva la batuta del Festival desde hace 23 años, inicialmente con el Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Es la alcaldía local la que decide que va a hacerse, constriñendo las ideas y el desarrollo del Festival mismo, no solo en la parte organizativa, sino supeditando la inversión monetaria a terceros, que llevarán a cabo la gestión y realización del Festival y actuarán como intermediarios entre la administración y la comunidad.
Mi reacción ante tal aclaración de la situación del festival, fue de sorpresa. Un Festival que representaba la tradición del pueblo, de nuestros ancestros y se veía obstaculizada en normal desarrollo y “evolución” por la administración local. En ese momento no sabía que la verdadera problemática estaba a punto de empezar. Don Luis nos invitó a mi novia y a mí, a participar de diversas reuniones que congregaron a la comunidad en el salón comunal del barrio, el fin de estar allí era aprender más sobre el Festival, sus problemas y cómo los resolvía. No sé si fue nuestra intención de estudiar el Festival y las ganas que teníamos de aprender cada vez más sobre la gestión de don Luis, que este nos extendió la invitación al ritual que se celebraba quince días antes de dar inicio al festival, ritual donde se bendecía la chicha y se daba gracias al dios Fu, por permitir un año más de Festival. Aceptamos sin pensarlo dos veces, y asistimos tanto a las reuniones como al ritual. Dónde unas pocas personas de la comunidad pudieron ir. El motivo detrás de la poca asistencia de la comunidad nos fue explicado por don Luis: “Hace algunos años, las alcaldía mandaba dos buses grandes para que las chicheras pudieran asistir al ritual, pero la gente no se compromete muchas veces y es así como perdemos los beneficios”. Solo era un bus esta vez, y se priorizó que los asistentes fueran personas de la comunidad que no hubiesen ido con anterioridad a un ritual.
Ya no eran indígenas los que cargaban con alegría una parte de la chicha que habían cocinado para el Festival, eran personas de herencia mestiza, gente del común que con una botella o dos, inclusive una totuma bastaba, pues era un acto simbólico, para hacerse sentir y sobretodo representar la herencia chichera. Era la esperanza de la gente que con mucha fuerza y verraquera logra sacar adelante unos pesos de más para invertirle al festival, ya que más allá de la tradición, es también la oportunidad de generar un ingreso más. Éramos 40 personas aproximadamente, todas siguiendo el recorrido de la reserva forestal de la laguna de Guatavita, subiendo cada vez más hasta encontrarnos por encima del cuerpo de agua, fue en ese lugar y observando el bello paisaje que se realizó el ritual. Marco Antonio Mamanché, indígena de la comunidad muisca de los hijos del maíz (Chutafaba), asentado en Sesquilé, fue el encargado de realizarlo y aunque parezca imposible, era tan sublime tal momento, que la lluvia que había empezado a caer unos minutos antes, se contenía mientras el ritual se llevaba a cabo. Gracias a él descubrimos la forma muisca de llamar a la chicha, facua.
Se tenía prevista la celebración del festival, inicialmente para el mes de febrero después de haber sido aplazada desde octubre del año anterior, pero distintos embrollos burocráticos fueron moviendo la fecha, hasta el 2 de marzo como fecha final. Nuevamente no se cumplió el plazo y el 11 y 12 del mismo mes era la última oportunidad de realizarlo, pues la chicha, guarapo, y demás inversiones gastronómicas no iban a aguantar una postergación más. La semana del 4 de marzo, fue la más crítica de todas, con el escenario lleno de rabia y expectativa ante un posible nuevo retraso, las amenazas de no realizar el Festival eran cada vez más latentes. el miércoles 6 de marzo una nueva noticia, derrumbó momentáneamente el sueño del Festival, se habían logrado ya los permisos que en semanas anteriores por culpa de la fundación a cargo de la realización del festival (Un tercero), no se habían podido legalizar, pero la policía no había dado aval, la única condición sobre la mesa era la de no permitir la entrada de menores de edad al barrio durante el Festival. Ante semejante petición, la comunidad ofuscada no sabía cómo responder, pues eran muchas veces los niños y jóvenes los que hacían posible el festival, llevando a sus padres, comiendo postres, pidiendo una que otra chuchería, que era posible el comercio, los padres que iban y aprovechaban para tomarse su vaso de chicha o por qué no, su botella.
¿Cómo era posible que a tan sólo tres días del Festival semejante exigencia era presentada?. Si bien la policía basándose en el nuevo código y amparándose en la leyes de protección a menores tenían un punto a favor, ese no era el momento de avisar a la comunidad y de someterla ante tal imposición de poder. La chicha ya hecha, los insumos comprados, el dinero invertido. El Festival estaba en la cuerda floja, y ese momento de tensión pude asociarlo con el miedo y la censura que ha recibido la chicha, por ser chicha desde la Colonia, la imagen de la chicha que engendra el crimen, lo inmoral, vivía nuevamente. El actuar de este ente de control, era la viva herencia de los sucesos privativos y exterminadores que la chicha había sobrellevado y que las chicheras, dignas representantes de la tradición, del saber hacer chicha, eran víctimas de nuevo. La preocupación excesiva de la policía junto a la fosilización a la que era sujeta, por parte de la alcaldía local, la chicha, era el fantasma del pasado, que no había podido disiparse.
Llegó el 11 de marzo y con él, el tan anhelado Festival, la policía había accedido a dejar entrar menores de edad pese a su miedo a ser víctimas de actos violentos, producto de la embriaguez de la gente que bebía chicha, como si de la Colonia se tratase, se cercó gran parte del barrio, a lo que la gente se quejó pues no permitía un transitar “libre” dentro del barrio, y las personas que habitaban allí no podían transitar con gusto. No fue la fiesta esperada por todos, el vigésimo aniversario, el XX Festival de la Chicha, el Maíz, la Vida y la Dicha, casi se queda sin lo primero, con su razón de ser, con tantos problemas estuvo a punto de no realizarse y así morir un poco, no celebró la dicha debido los constantes roces entre administrativos, terceros, entes reguladores (como la policía) y la comunidad, cosechando un ambiente de desconfianza, tristeza y desesperanza. Acompañado de lluvia estuvo el Festival, como si de un cuadro romántico se tratase, don Luis un tanto preocupado nos ofreció chicha de diversos puestos, él sabía que la chicha no iba a venderse en los dos días del Festival. Tomamos varias y diversas chichas, cada una distinta a la otra, unas muy fuertes otras levemente fermentadas, era viajar al pasado, estar en limbo, sentir y vivir glorias pasadas, y también con lo ocurrido recordar luchas perdidas. La persecución que sufre uno de nuestros más importantes legados, no le hace justicia a este saber que se niega a desaparecer. Como dice uno de los grafitis que adorna una de las paredes del hogar de una de las chicheras más famosas del barrio, Doña Tere, “La Chicha Persevera” ante la adversidad.
CONCLUSIÓN
Se hace relevante el análisis de la persecución a la chicha o facua, no como un hecho aislado, sino como un componente más en la aculturación de las comunidades precolombinas del altiplano cundiboyacense, donde la bebida tiene una carácter ceremonial y al mismo tiempo un gran valor nutricional. Y en una segunda instancia, la incubación de preceptos racistas en los procesos de mestizaje, en los que cualquier rasgo nativo debe combatirse para “civilizar” a las comunidades, lo cual explica la implantación de la cerveza como sustituto a la chicha y su consumo persistente en las clases bajas. Por otro lado, cabe preguntarse por los ideales que hoy rodean a la bebida y cuestionar si se ha gestado una reivindicación auténtica o si se ha pasado al plano de lo pintoresco.
Los actos en contra de la bebida, persisten, de formas menos evidentes que en el siglo anterior, contribuyendo, todavía, a la no aceptación de la bebida como saber ancestral y de respeto, también a fortalecer los estereotipos y leyendas nocivas alrededor de la bebida. Aunque no se tiene registro alguno que compruebe lo siguiente, en muisca chicha y chichi eran las necesidades fisiológicas producto de la ingesta de facua, la primera palabra asociada a las heces y la segunda a la orina. Puede ser que dentro de la “campaña” de aculturación, censura y prohibición de la chicha, se hubiera adoptado este nombre para desprestigiarla desde la raíz lingüística y cultural de la bebida.
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